14 de julio de 2018

La búsqueda del Unicornio (I)

El Unicornio es uno de los animales mitológicos medievales por antonomasia. Abarcan la heráldica y la imaginería medieval a lo largo y ancho de toda Europa. Estos seres eran tenidos por animales esquivos pero muy agresivos, cuyos cuernos estaban imbuidos de un gran poder. En esta primera parte del relato podemos ver cómo un ávido buscador trata de dar con esta esotérica criatura.


Tapiz medieval, serie titulada "La Dama y el Unicornio".
Hacía más de un siglo que no se escuchaban noticias de la aparición de un Unicornio. Estos animales no dejaban de ser un mito para la mayoría. Las abuelas hablaban de ellos en cuentos a la luz de la hoguera para asustar a los niños crédulos; los campesinos rumoreaban sobre ellos en los días de tormenta cuando, malograda la jornada, pasaban las horas en charla ociosa, entre viejas historias y rumores. Pero en esta ocasión las noticias parecían ser ciertas, y los astros y el color de los vientos de magia parecían corroborarlo.
El mago Bibliotecario había leído sobre ellos en los ajados volúmenes de la biblioteca que custodiaba. Los Unicornios, como otras criaturas ferales, eran producto de la condensación de la energía mágica desprendida de la Luna y el Sol. Los grabados los representaban como unas bestias fabulosas, con el lomo y las patas de un carnero y la testuz de un caballo. Su tamaño variaba según la fuerza de la energía, al igual que su cuerno, que crecía torcido en espiral y su longitud era pareja a su poder. El cuerno, junto al corazón, eran los elementos más valiosos del Unicornio y podían ser utilizados en inúmeras pociones y hechizos, siendo objetos valiosos a la hora de elaborar la piedra filosofal, que convierte el plomo en oro.
El Bibliotecario abandonó su reclusión en la Torre donde estudiaba y guardaba su preciada colección de libros, herencia de su maestro y de incontables sabios anteriores, y se puso en camino con el fin de seguir el rastro que había encontrado. Cerró las puertas con sortilegios de engaño y confusión y rodeó el lugar con un encantamiento de singular poder para evitar que fuera descubierto. La lectura de los astros y de las cartas de tarot le habían indicado que la pista debía buscarse en el rincón occidental del Mundo. Para escapar de los molestos viajeros y caminantes decidió avanzar en paralelo a los caminos o directamente campo a través, ayudado por hechizos de guía para no perder el rumbo. En las posadas y casas de huéspedes en las que se detuvo a pernoctar, inquirió vagamente por extraños portentos a cazadores y tramperos y otros buscavidas. En esa región sólo pudo escuchar tonterías sobre seres del bosque y plantas de mandrágora que corren y chillan. Tras descubrir que sus pesquisas no resultaban de ninguna utilidad, un hechizo de olvido apenas murmurado evitaba que aquella gente recordara haber hablado con él. 
En las Medianías, junto a una extraña torre sin ventanas, encontró la primera pista consistente. Se entrevistó con un sabio casi ciego que le dijo tener información precisa sobre el Unicornio. Según él, todos aquellos que quieren hacer daño a esta criatura la buscan en vano, ya que su pureza mágica rechaza la maldad y nubla los sentidos de aquellos que quieren atraparla. Tan sólo una doncella pura, sin pecado en su corazón, es capaz de atraerla. El Bibliotecario se río de él, acusándole de ser un necio por creer consejas de viejas, aunque supo que había verdad en sus palabras y las recordó bien. Cuando el sabio le dio la espalda tras despedirse, lo apuñaló: quería eliminar cualquier indicio real y a cualquier competidor en su búsqueda de aquella bestia encantada.
Las pistas guiaron al mago más hacia el Oeste, hacia las tierras de los ríos habitadas por orgullosos y decadentes caballeros, que aún se guiaban por los ridículos principios del honor y el valor de la palabra dada. Esta región rezumaba agua y niebla y en ella la energía Lunar depositaba su reflujo de poder etéreo con más fuerza. Era por tanto un lugar idóneo para que pudiera manifestarse el Unicornio. Acudió a todas las tabernas y hospedajes de pueblos abigarrados tras altas murallas de piedra y gastó hasta la última moneda de su zurrón en invitar a los cazadores que alguna vez habían tratado de capturarlo o lo habían visto, o que decían conocer a alguien que lo había intentado. Todos contaban hechos increíbles, pero el Bibliotecario sospechó, por las palabras del sabio ciego, que podían ser ciertas. 
Decían haber visto cómo las flechas se detenían vibrando en el aire cuando se aproximaban al blanco. Al perseguirlo, sin importar cuanto azuzaran a los perros o clavaran las espuelas en los flancos de sus corceles, la criatura permanecía siempre en la misma dirección; los caminos cambiaban, torciéndose y enredándose a su paso, e incluso las veredas conocidas se convertían en un laberinto confuso del que ni los monteros más avezados saben salir. También comentaban entre susurros que algunos habían enloquecido, e incluso desaparecido sin dejar rastro. Otros llegaron a afirmar que la criatura no era en realidad un Unicornio, si no que oculta su verdadero ser adoptando una apariencia diferente según los ojos que lo ven. 
Tras recabar toda aquella información, el Bibliotecario pudo por fin concebir un plan  maestro. Meditó que sería necesario buscar una escolta que le desembarazara de los posibles peligros de la búsqueda y que recibiera en su lugar lo peor de la aventura en caso de enfrentarse a un riesgo mortal. Ese escolta sería quien llevara a cabo la caza de la bestia. Teorizó que, si el cazador ignoraba su cometido, es posible que la magia defensiva del Unicornio no actuara sobre él hasta que fuera demasiado tarde. Solicitó a varios de los individuos a los que entrevistó que le hicieran de guía y buscó a otros personajes de peor calaña que quisieran acompañarle. Pero incluso los más malcarados rehusaron el trabajo cuando supieron de qué se trataba.
Rezongando por la cobardía de aquellos hombres tan simples y despreciables, tuvo que enfilar, él solo, por entre aquella tierra de vastas llanuras encharcadas y de largos atardeceres de luz mortecina, hacia el Bosque Innominado que se extendía en la línea del horizonte. Aquella boscosidad limitaba las Tierras de los Ríos de las Tierras del Sueño, donde ningún humano había estado jamás, ya que las olas del mar que rompían en sus costas inducían al letargo perpetuo a todo el que pudiera oírlas. Incluso el rumor lejano del oleaje había conferido a toda la región una quietud y un sentimiento de pausa, como si la luz y el tiempo vivieran en una eterna somnolencia. La magia que pendía en el aire hacía de aquel lugar idóneo para la manifestación de la criatura.

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